Monseñor José María Arancibia. Investigador, colaborador de la Causa de Canonización de la venerable sor Leonor. Capellán del Monasterio Santa Catalina de Siena*
Los enfermos ocuparon un lugar muy importante en la vida de Sor Leonor, tanto en sus años de joven laica como en su tiempo de monja contemplativa. Declarada Venerable en la Iglesia en 2018, por sus virtudes heroicas, a su intercesión recurren hoy muchos fieles cristianos para ser aliviados de tantos males, y de ella reciben un valioso ejemplo de vida.
En sus escritos ella ha narrado su propia experiencia, ya que de pequeña estuvo como tullida y padeció un extraño malestar nervioso. Durante años sufrió también dolor de oídos. Y, como ella cuenta con sencillez, tuvo alguna indisposición de estómago, resfríos y dolor de muelas. Sensible y emotiva como era, la pérdida de su madre a los ocho años le provocó fiebre, llanto desconsolado y mucha tristeza, que sólo poco a poco pudo superar. Sus años de adolescente y de joven, le trajeron además pesados sufrimientos morales, porque se sintió muchas veces incomprendida, injuriada y maltratada. A pesar de todo, se mantuvo convencida de que la providencia divina conducía toda su vida y le otorgaba la gracia necesaria para cada ocasión.
En San Juan
Durante su estadía en San Juan, entre los 19 y 26 años, cuidó a numerosos enfermos movida de una gran compasión hacia ellos. Ante todo a sus familiares en casa de su hermana Benjamina, que estuvo enferma varias veces, y a otros parientes que a ella recurrían. Era llamada para atender a extraños y a moribundos, a quienes consolaba, sostenida por la meditación de la Pasión de Jesús. Con admirable memoria recuerda, años después, a una viejita que se padecía dolor de cabeza, y a dos hermanos, uno pobre y tullido y el otro mudo, a quienes auxilió y ayudó a reconciliarse con Dios; como así también a una hermanita menor, que ayudó en momentos de fiebre y mal de garganta. Ella misma ha dejado escrito: “Los amaba a todos como a mis hijos”.
Inclinada más bien al recogimiento y a la oración, se ingenió para ordenar sus tiempos y cumplir con tantas personas dolientes que socorrió con mucho amor, usando remedios y curaciones a su alcance, dando siempre consuelos espirituales, y rezando por todos ellos.
“Los amaba a todos como a mis hijos”
Algunas situaciones fueron particularmente difíciles para un espíritu delicado y perceptivo como el suyo. Al ver tantas mujeres pobres y desamparadas en San Juan rogó que se fundara un hospital para ellas y apoyó a quienes lo intentaron. Acompañó hasta la muerte a un sobrinito de sólo 10 años, muy apegado a ella. Y estuvo al lado de su hermana cuando el Señor se llevó a su cuñado, todavía joven. Luego el cólera golpeó fuerte las puertas de su casa, donde asistió a la muerte de una creatura y de una sirvienta. Y aunque no alcanzó a contagiarse, quedó tan deprimida y triste que debieron llevarla al campo para reponerse.
Sus años en San Juan terminaron con la partida hacia Córdoba para ingresar al Monasterio Santa Catalina. Ella cuenta que durante el viaje también socorrió a una mujer sufriente y a un militar, “a quien socorrió por mandato de su confesor”.
rogó que se fundara un hospital para ellas y apoyó a quienes lo intentaron
Al repasar su vida, cabe preguntar si Dios le habría concedido el don de sanar. Aunque la respuesta permanece en el misterio de su vida, escondida en Dios. Pero es cierto que en ella encontramos todos un modelo de amor tierno, maternal y consolador para cualquier dolencia humana, que brota de una experiencia fuerte de unión con Dios y se acompaña con la intercesión confiada por los que sufren.
*Acerca de Monseñor Arancibia y publicaciones relacionadas con el Monasterio Santa Catalina de Siena: https://independent.academia.edu/RevistaItinerantesUNSTA / Primera Visita Canónica al Monasterio