Sor María Nora O.P.
De su padre aprendió desde pequeña, a poner el corazón en grandes ideales y el amor a la patria. Por él, sabía que vivían tiempos difíciles, pero sumamente importantes para la Argentina: tenía lugar un proceso cuyo desarrollo haría posible la organización definitiva del país.
Conocía la historia familiar: los Ocampo componían una larga familia cuyos miembros tuvieron una destacada actuación desde la época de las invasiones inglesas, tanto en Buenos Aires, como en La Rioja y en otros puntos del país, dando de entre sus miembros, verdaderos patriotas, forjadores de la historia argentina.
Su tío abuelo, Don Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, era considerado el primer general de los ejércitos de la Patria. Había muerto un año antes de su nacimiento y estaba enterrado en el panteón familiar, en la capilla dedicada a San Sebastián, en Sañogasta. Muchas veces le había llevado flores y había orado por él. El 25 de mayo de 1910, al celebrarse el centenario de la revolución de Mayo, sus restos fueron colocados en la Capilla que guarda los del General don José de San Martín, en la Catedral de Buenos Aires.
El Cerro Famatina era un centro minero muy importante para los Brizuela y Doria, la familia de su madre. Allí se fundieron los primeros cañones que utilizó San Martín en el ejército de los Andes, cuando su abuelo don Francisco Javier de Brizuela y Doria, era Gobernador de La Rioja, quien también había ayudado al ejército de San Martín con aportes personales.
Ella se sentía heredera de la época en que tantos, como su papá y muchos miembros de las familias de su padre y de su madre, trabajaban por construir el país. Su padre fue uno de los que redactó el Anteproyecto de la primera Constitución riojana. Había estudiado Abogacía en la Universidad Nacional de Córdoba y como ella era su hija predilecta, le leía las cartas que sobre la política riojana, le enviaba al Presidente Urquiza.
Tendencias políticas antagónicas compartían el mismo ámbito y tradición cultural: por un lado, la criolla y por otro, la mestiza, nacida de la conjunción del español y el indígena. A esto se añadieron las corrientes inmigratorias, lo que daba por resultado un crisol de razas, de concepciones diferentes ante los distintos aspectos de la vida. Todo ello formaba parte y constituía la Argentina que a ella le tocaba vivir.
Don Juan Santiago era considerado uno de los hijos más esclarecidos de La Rioja, era Diputado Provincial, pero tenía sus fuertes opositores. Considerando lo que políticamente se le avecinaba: el destierro y la amenaza de muerte, decidió viajar con su hija a San Juan. Efectivamente: La Cámara de Diputados resolvió excluirlo de su seno y también se lo castigó con la pena de destierro y de muerte, si no salía del territorio riojano en el término de 24 horas.
Sor Leonor, sabiendo el grave peligro que corría la vida de su padre, clamó al Señor que no permitiese que le pasara nada. Y Dios escuchó sus plegarias. Así, entre graves peligros, emprendieron el viaje a San Juan. Llevó por compañeros una imagen del Niño Jesús y la estampa de la Virgen del Rosario, con Santo Domingo y Santa Catalina. Un futuro más sereno y lleno de esperanzas se abría para ella.
Un día le dijo: Papá, la Argentina, que se debate desde hace años en luchas civiles porque quiere nacer al mundo libre y soberana, no sólo necesita de hombres como tú. Necesita de Dios, porque sólo Él nos hace libres. Y por ello, necesita santos. ¡Y yo quiero ser santa por mi patria!