Por sor Lucrecia de Jesús O.P, Monasterio Santa Catalina de Siena.
El 19 de mayo de 2018 fue el reconocimiento de las “virtudes heroicas” de sor Leonor de Santa María por el Papa Francisco y desde ese momento ella es “Venerable”. Celebramos un nuevo aniversario de este acontecimiento.
La noción de heroicidad deriva de héroe, originalmente un guerrero, un semi-dios; por lo tanto supone un grado de valentía, fama y distinción que coloca a un hombre muy por encima de sus compañeros. San Agustín fue el primero que aplicó el título pagano de héroe a los mártires cristianos; desde entonces ha prevalecido la costumbre de concederlo no sólo a los mártires, sino a los santos por sus virtudes y buenas obras.
El Papa Benedicto XIV, describe así la heroicidad: “para ser heroica una virtud cristiana debe capacitar a su dueño para realizar acciones virtuosas con extraordinaria prontitud, facilidad y placer, por motivos sobrenaturales y sin razonamientos humanos, con auto-abnegación y pleno control de las inclinaciones naturales”. Una virtud heroica es por tanto, un hábito de buena conducta que llega a ser como una segunda naturaleza, una nueva fuerza motriz más fuerte que las inclinaciones innatas, capaz de volver fáciles una serie de actos que hubiesen significado dificultades insuperables.
La Venerable sor Leonor, vivió “heroicamente” su vida y su consagración en un camino de santidad que pasó desapercibido ante los demás, por su estilo discreto y humilde. Ella dejó que Dios ame en ella y descubrió al Señor detrás de los rostros de sus hermanos, especialmente de los más débiles, de los enfermos y vulnerables. Vivió de modo connatural la presencia de Dios desde muy pequeña y la práctica de las virtudes fue para ella el modo habitual de actuar y obrar, ayudada y sostenida por la gracia de Dios. Una mujer que vivió con intensidad su esponsalidad con Cristo, su filiación con Dios Padre y se dejó guiar e inspirar por el Espíritu Santo en cada acontecimiento. Una vida que contiene un mensaje para nosotros: que la santidad es posible, haciendo bien todo lo que a cada momento nos ofrece la vida, la vocación, los compromisos asumidos.
Sus hermanas de comunidad en sus testimonios dicen que “era una Pascua”, en efecto, lo que reflejaba sor Leonor era una paz y un gozo continuos, fruto de haberse abrazado progresivamente a la Cruz de Cristo, teniendo siempre ante sus ojos la Pasión, desgranando y meditando asiduamente los misterios de Rosario, y por medio de una vida espiritual profunda y humilde. Con esta firmeza interior superó las pruebas, las tentaciones, los dolores, las contrariedades, las humillaciones y al mismo tiempo reconoció los dones y gracias recibidas; y así, descubrió cómo su historia estaba tejida con los hilos de la Providencia divina. Confió en Dios, lo amó e intercedió por sus hermanos como monja dominica contemplativa.
El Papa Francisco en Gaudete et Exsultate nos dice que “La santidad es el rostro más bello de la Iglesia, una santidad que lejos de presentarse llena de alarde, pasa la experiencia de saberse amado por Dios y transformar la propia vida en una respuesta amorosa y serena. Los santos que ya han llegado a la presencia de Dios mantienen con nosotros lazos de amor y comunión.
Dejémonos estimular por los signos de santidad que el Señor nos presenta a través de los más humildes, porque todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra para ser fecundos para el mundo.
“La Santidad, el rosto más bello de la Iglesia”