Isora Ocampo logró ingresar al monasterio a los 26 años. Fue precisamente el día del Sagrado Corazón en junio de 1868, que recuerda como una misericordia especial de la divina providencia; y anota: “fue como si Jesús hubiese abierto su pecho y me hubiese estrechado en su divino Corazón, sintiendo mi alma el consuelo más grande que imaginar se puede” (A. 103).
Hacia el final de su autobiografía, cuenta que en la víspera de la fiesta del Corazón de Jesús pidió al Señor una estampa devota de esta devoción y al día siguiente alguien regaló un cuadro bellísimo, tal como ella deseaba (A. 150). Una de las últimas visiones que describe en su cuaderno, es la del Sagrado Corazón de Jesús, grande, hermoso y lleno de luz, del cual salía una llama que la deslumbró; un mar de fuego, cuyo sentido anota a continuación: “significaba el amor que tiene al mundo” (A. 161-162).