La libertad es, precisamente, la esencia de la espiritualidad dominicana. Una libertad que se despliega en «cuatro pilares» la vida fraterna en comunidad, el estudio, la oración litúrgica y los consejos evangélicos. La espiritualidad es la manera con que las dominicas y dominicos viven su vocación cristiana, bajo un carisma específico.

Nuestra misión como monjas contemplativas, misión que se continúa a través de los siglos desde aquellas primeras hermanas instruidas por santo Domingo, consiste en buscar a Dios en el silencio, pensar en Él e invocarlo, de tal manera que el mensaje de la salvación que nuestros hermanos los frailes predican también con la palabra, se extienda por todo el mundo y dé frutos abundantes en aquellos a quienes ha sido enviada.

Nosotras, con nuestras fervientes plegarias, con nuestras vidas orantes, hablamos a Dios de los hombres nuestros hermanos, elevamos el clamor de tantos millones de personas que no saben o no pueden orar; y nuestras oraciones tienen una fuerza propiciatoria y reparadora capaz de atraer las bendiciones del Señor sobre la humanidad sufriente.


Oración y liturgia 

En la oración, hablamos a Dios de la humanidad pues, al igual que nuestro Padre Sto Domingo, llevamos las miserias de todos los hombres en el santuario íntimo de nuestra compasión. A Dios no solamente le hablamos, sino que además- y esto es aún más importante -ponemos nuestro mayor empeño en escuchar lo que Él quiera decirnos. Por ello, la Palabra de Dios tiene un lugar central en nuestras vidas, ya que hemos sido llamadas por Dios Padre para permanecer a los pies de Jesús, a ejemplo de María de Betania, escuchando sus palabras. Desde el corazón de una Orden que tiene como divisa la Verdad, la Verdad Encarnada, revelada, que es Jesucristo, nuestras Constituciones nos invitan a escrutar la Escritura con corazón ardiente y a aplicarnos al estudio de la misma.

Otro aspecto muy importante de nuestra vida y a la que santo Domingo nuestro Padre le dedicaba gran parte de la jornada es la liturgia, que es expresión comunitaria y celebrativa de la fe que profesamos y de la que vivimos cada día. La liturgia es para nosotras, monjas de la Orden de Predicadores, fuente de alimento espiritual, por la que reavivamos nuestra fe en los misterios celebrados. En la liturgia conmemoramos lo que amamos y nos alimentamos de lo que vivimos. Para ello, cultivamos la música y el canto, además de la bella ornamentación de las capillas y el coro, de modo que todo contribuya al culto solemne que Dios merece que le tributemos.

A fin de mantener el constante recuerdo de Dios a lo largo del día y de la noche, dentro de la jornada diaria, dedicamos un tiempo suficientemente importante a la oración privada o individual.

La Palabra de Dios escuchada, estudiada, meditada, orada y contemplada, en la lectio divina, la expresamos celebrándola solemnemente mediante la liturgia, cuyo centro y culmen es la Eucaristía. La Eucaristía es el don más grande que Jesucristo nos dejó antes de dar su vida por nosotros, es Él mismo viviendo en su Iglesia.


Estudio 

Un estudio sapiencial (sabroso) que tiene como fin la caridad: el que ama, desea conocer más al Amado y, a su vez, el conocimiento de Dios que deslumbra, enciende aún más en el fuego de la caridad ya existente. En la espiritualidad dominicana no podemos separar lo afectivo de lo intelectual: ambas dimensiones van unidas y se reclaman. Por la gracia del estudio nuestra naturaleza es sanada, perfeccionada y elevada.

Este estudio que es contemplación de la Verdad se dilata en una búsqueda amorosa de Dios durante toda nuestra vida. Todos los días dedicamos un tiempo especial, no inferior a una hora, para el mismo. Es el estudio un camino de ascesis mental, pero también un camino privilegiado para alcanzar dones de iluminación en la inteligencia que, ayudada por la gracia de Dios, mueve a la voluntad haciéndola ascender y profundizar en los misterios de Dios continuamente.

Vida fraterna

La vida común es uno de los elementos más perfeccionadores de nuestro carisma porque nos ejercita en virtudes muy importantes, a saber: comprensión, aceptación, diálogo, servicio, docilidad, el saber compartir y trabajar en grupo, etc.

Estas virtudes favorecen la pacificación del alma, disponiéndola a la contemplación. Una monja dominica bien lograda es una experta en humanidad, una mujer muy humana y muy de Dios, que vive en una familia religiosa en seguimiento de Jesucristo. Esta comunión, reflejo de la unidad que se da en el seno de la Santísima Trinidad, hace crecer la caridad desde el corazón de la Iglesia y así, con misteriosa fecundidad, contribuimos a la extensión del Pueblo de Dios.


Consejos evangélicos 

“Hago profesión y prometo obediencia a Dios, y a la bienaventurada Virgen María, y al Bienaventurado Domingo, nuestro Padre, y al Maestro de la Orden de Frailes Predicadores, y a ti, Priora de este Monasterio, y a tus sucesoras, según la regla del Bienaventurado Agustín y las Leyes de las Monjas de la Orden de Predicadores, que seré obediente a ti y a tus sucesoras hasta la muerte”.

Obediencia

“Entre los consejos evangélicos sobresale el voto de obediencia, mediante el cual la persona misma se consagra totalmente a Dios; sus actos están más cerca del fin de la misma profesión, que es la perfección de la caridad; por ella las monjas cooperan a la obra de la Redención de una manera específica, a ejemplo de la Esclava del Señor, que,«obedeciendo, fue causa de salvación no solo para sí, sino para  todo el género humano»”. (Constituciones, Art. 2, nº 19).

Otra de las formas de promesa primitiva en la vida dominicana es la obediencia. La obediencia nos asemeja a Cristo sometido siempre a la voluntad del Padre. Nuestra obediencia por tanto, entronca con la obediencia de Jesús a su Padre.

Nuestras Constituciones apuntan como necesidad vital,al principio de unidad que se obtiene por la obediencia. (Constituciones. Art. 2.- 17-I). Por tanto, una de las formas básicas y fundamentales de nuestra unidad, está constituida en la obediencia.

El estilo de obediencia de Jesús al Padre, nos estimula en la búsqueda constante del deseo de Dios sobre nosotros. La obediencia dominicana se vive en un marco de sana libertad, donde el diálogo con nuestros superiores siempre se realiza en el encuentro fraterno. Esta sana libertad nos hace ser persona maduras y “responsables para cumplir activa y responsablemente aquello que se nos encomienda” (Constituciones. Art. 2.- 20- I)

Castidad

“Ejercitando la castidad, conseguimos gra­dualmente y con mayor eficacia la purificación del corazón, la libertad de espíritu y el fervor de la caridad, un mayor dominio del alma y del cuerpo y un más pleno desarrollo de toda la persona, con lo cual podemos dedicarnos a Dios con mayor for­taleza, serenidad y eficacia”. (Constituciones, Art. 3, II)

La castidad es un valor de semejanza con el Hijo de Dios. Prometemos castidad “por el reino de los cielos” siguiendo las huellas de santo Domingo (Constituciones. Art.3.- 23) La castidad nos posibilita para la amistad con Cristo y la cercanía a todos los hombres nuestros hermanos, puesto que el corazón no queda fraccionado para ser compartido sino es con Jesucristo y desde El compartimos la existencia de todos los hombres: los gozos y las alegrías, las tristezas y las penas de toda la humanidad, tienen cabida en el corazón de quienes consagran a Dios su propio corazón.

Pobreza

“Este espíritu de pobreza nos apremia a poner nuestro tesoro en la justicia del  reino  de Dios, con plena confianza en el Señor. La pobreza es libertad de la servidumbre; más aún, nos aparta de la preocupación por las cosas de  este mundo, para que nos unamos de una manera más plena al Señor y nos dediquemos a El más expeditamente.

Mientras que, respecto a nosotras mismas nos exige una moderación que nos pone en más íntimo contacto con los pobres que han de ser evangelizados, con respecto a los hermanos y demás prójimos es también liberalidad, ya que, por el reino de Dios, empleamos con gusto nuestros recursos para  que en todas las cosas utilizadas por la necesidad tran­sitoria se destaque la caridad, que permanece siempre». ( Constituciones, Art. 4,  II).

Santo Domingo exhortaba a las monjas a la pobreza voluntaria. Este mismo espíritu debe animarnos hoy a nosotras, manifestado en formas acomodadas a los diversos tiempos y lugares.

Por nuestra profesión prometemos a Dios, no poseer nada con derecho de propiedad personal, todo está subordinado al bien común del Monasterio, de la Orden y de la Iglesia según la disposición de los superiores.

Como la pobreza impone a los hombres la necesidad de trabajar, la realidad del trabajo es algo también fundamental en nuestra vida, donde el testimonio colectivo de nuestro trabajo es otra de nuestras formas comunes de testimonio.