Rasgos

de una monja dominica contemplativa

Fundadas en 1206 por Santo Domingo, fuimos consagradas solamente a Dios y asociadas a su predicación, por la oración y la penitencia. Así nacimos y continuamos siendo las monjas dominicas contemplativas. Tenemos características propias, que son las que vivimos desde entonces en la Iglesia y de las cuales sor Leonor vivió en grado heroico. Entre ellas, cabe destacar entre otras: la celebración de la liturgia y la oración privada, la vida común, el cumplimiento de los votos, el estudio de la verdad sagrada, la clausura, el silencio, el hábito, el trabajo, etc. 

La liturgia es la expresión celebrativa y comunitaria de la fe que profesamos y de la que vivimos; es fuente de alimento espiritual. En la liturgia celebramos lo que amamos –Dios-  y nos alimentamos de lo que vivimos. El centro y culmen de la liturgia es la Eucaristía.  Procuramos en nuestra vida, fijar nuestros corazones en Cristo, que por la salvación del género humano fue fijado en la cruz. 

Sor Leonor, en la quietud y en el silencio buscó asiduamente el Rostro del Señor y le suplicó, para que todos los hombres se salven. El itinerario vocacional de Sor Leonor, estuvo marcado por la devoción a la Virgen María, a Santo Domingo y a Santa Catalina, a quienes conoció en su niñez y quiso mucho desde entonces. El rosario fue su oración preferida que nunca dejó de rezar. De las profundas experiencias místicas que la acompañaron durante toda su vida, se destaca la continua presencia de Dios.

Vida común: El fin principal por el que estamos congregadas en comunidad es para vivir unánimes en el Señor, teniendo un alma y un corazón en Dios. Una monja dominica bien lograda, como lo fue sor Leonor, es experta en humanidad, una mujer muy humana y muy de Dios, que vivió en una familia religiosa en la que todas colaboraban en el seguimiento de Jesucristo. De ella se escribió: “fue una religiosa que poseyó las virtudes especialmente recomendadas por Dios Nuestro Señor, la mansedumbre y la humildad. Era caritativa, bondadosa, de gran corazón, delicada, discreta, apacible, ingeniosa”. Y ella escribe: “Yo me sentía llena de caridad y compasión las amaba con ternura.” 

Otra de las notas características de nuestra Orden es el espíritu eclesial: Santo Domingo, como hombre de Iglesia, la amaba. Fue muy obediente al Papa y a los obispos. Desde los comienzos también existió un espíritu filial hacia el Magisterio de la Iglesia. 

Sor Leonor, desde sus primeros años, se dejó educar por la Iglesia, a través de su familia, de la religiosidad popular, de los libros de formación y del consejo de los mayores. Aprendió a querer e imitar a los santos; respetó y defendió a los sacerdotes como ministros de Cristo. Frecuentó en la Iglesia los sacramentos de la Reconciliación y Eucaristía, superando obstáculos de toda índole; se confió a los confesores que tuvo, con apertura y sinceridad. Manifestó gran afecto y gratitud hacia la Orden de Predicadores, su familia religiosa, cuyas Constituciones cumplió fielmente. Fue respetuosa y obediente hacia sus superioras. De los obispos de su tiempo, supo estimar su conducción pastoral y los menciona en sus páginas con aprecio filial.