¿Cómo nacieron las monjas dominicas?

La vida contemplativa dominicana, surge por iniciativa de Santo Domingo de Guzmán, fruto de su corazón orante. Así, como raíz del árbol de la Familia Dominicana, y de donde todo el tronco sacie su sed, en el año 1206 reúne en el Monasterio de Sta. María de Prulla a un grupo de mujeres conversas, cuyo deseo es ser “una con Cristo”, dedicándose enteramente a la oración y la penitencia. Es así como Domingo asienta su Orden sobre el pilar de la contemplación.

Silencio que no aísla, CONECTA Y COMUNICA!

La vida de las monjas dominicas, lejos de ser una realidad aislada dentro de la Orden de Predicadores, es ante todo una complementariedad maduramente sopesada, tanto del ser como del hacer:

La monja para hablar con Dios en el silencio, orando ininterrumpidamente, pensar en Él e invocarlo. Los frailes, hermanas y seglares, evangelizar por todo el mundo el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Estos dos aspectos de la vida dominicana se fecundan mutuamente por la caridad y la estrecha relación entre sus miembros.

La monja dominica, es una mujer que en el amor, ha hecho de Dios su centro, asumiendo como propios los sufrimientos y alegrías del hombre de hoy, perpetuando en la historia el clamor constante de Domingo: ¡Dios mío! ¡Qué será de los pecadores!, ¡qué será de tantos hombres y mujeres ahogados en el sin sentido, en la desesperación, en el odio, en el vicio…! ¡tantas personas humilladas física y psicológicamente! ¡tantos hombres sin hogar, pan y cariño!…

El existir de la monja tendrá que ser una luz en el camino de los hombres, un recuerdo perenne de la existencia de Dios y la alegría del Reino, ¡un testimonio viviente del Resucitado!

Claves en la vida de una monja Dominica 


Observancia regular  

Pertenecen a la observancia regular todos los elementos que integran nuestra vida dominicana y la ordenan mediante la disciplina común. Entre estos elementos destacan, la vida común, la celebración de la liturgia y la oración privada, el cumplimiento de los votos , el estudio de la verdad sagrada, para cuyo fiel cumplimiento nos ayudan: la clausura, el silencio, el hábito, el trabajo, y las obras de penitencia.
Las leyes y las instituciones son necesarias, eso nadie lo duda, pero nosotras desde el momento en que optamos por la búsqueda y la realización común de un ideal se hace indispensable que nos pongamos de acuerdo mutuamente sobre las cuestiones esenciales exigidas por nuestra legislación, asumiéndolas libre y responsablemente todas juntas, como comunidad, para garantizar de esta manera, la comunión y la fidelidad a nuestra vocación específica en el seno de la Iglesia, de la Orden y del mundo, sin someter nuestra respuesta a vaivenes de moda o a líderes de turno.
Nuestra opción libre, en el seno de una comunidad concreta, lógicamente, nos lleva a asumir unas obligaciones y a profesar unas constituciones y regla común de vida, con la conciencia clara que lo hacemos en nombre de Jesucristo, por Él y por su Evangelio.
La vida fraterna estimulará nuestras búsquedas interiores, y sabiendo que no estamos solas, necesitaremos contar con las hermanas, compartir la vida y la fe y para caminar juntas en la apasionante tarea de atraer a los hombre y mujeres a Dios, de manifestarles a ellos su presencia amiga, cercana y salvadora.

La clausura, el silencio, el estudio, el trabajo, la búsqueda de comunión en el régimen de vida del monasterio, etc., no son “normas ascéticas” de valor es sí mismas; sino más bien medios necesarios positivamente valorados –sujetos a periódicas revisiones a fin de redescubrir su valor más profundo- que ayudan a la consecución del fin que nos ha convocado , y contribuyen al dominio personal, a una mayor disponibilidad , y al bien común.

La Formación

Por la Profesión Solemne como Monja Dominica, una mujer se consagra totalmente a Dios en la Orden de Predicadores hasta la muerte. La preparación para esta consagración total conlleva normalmente seis meses de postulantado, dos años de noviciado y al menos cuatro años de votos temporales.

El fin principal del período de formación es permitir a la hermana asumir progresivamente los distintos elementos de nuestro modo de vida según se define en la Regla de S. Agustín y en las Constituciones de la Orden de Predicadores, a través de los cuales ella continuará dirigiendo su vida hacia el amor a Dios y al prójimo, que es el modo particular de contribuir a la extensión del Reino de Dios

Por ello, la formación en la vida monástica dominicana se basa en tres pilares principales:

Sagrada Escritura: El seguimiento de Cristo según el Evangelio es la base de nuestra vida. Todos los contenidos de la formación, desde la primera instrucción recibida en el noviciado, acentúan la Escritura como la fuente y el ambiente de nuestra vida, una vida nutrida continuamente por la Palabra de Dios, no sólo en el tiempo dedicado exclusivamente a la oración, liturgia y lectio divina, sino también en las horas de estudio y trabajo.

Tradición Monástica: Nuestra vida se basa en la tradición monástica que, desde sus inicios, fue entendida como una respuesta al Evangelio y una vida libre sólo para Dios. El asumir esta tradición nos permite realizar nuestra misión como Monjas de la Orden de Predicadores y, por la diversidad de dones dados por el Espíritu a la misma, expresar nuestra identidad específica.

Tradición Dominicana: Se refleja en el modo en que las observancias monásticas están expresadas en nuestras Constituciones. La liturgia juega un papel primordial en la formación a la vida Dominicana; la vida devocional se fomenta entre las hermanas en formación basándose en sólidos principios doctrinales y en armonía con la Liturgia. La devoción a Cristo en la Eucaristía, a la Virgen María y a Santo Domingo son las principales. En nuestra tradición, la teología de Santo Tomás sobre la gracia y las virtudes, basada en una antropología realmente cristiana, fundamenta el crecimiento humano y espiritual.

Oración

“La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”(Sacrosanctum Concilium 10). Esta definición de la liturgia explica muy bien cual es el centro de la monja dominica que se alimenta de la liturgia para llevarla a la vida y hacer de la misma una constante oración de alabanza, una oración litúrgica ininterrumpida. La liturgia, en cuanto glorificación perfecta de Dios y causa eficaz de nuestra propia santificación, alimenta y exige por diversos motivos la oración y la dimensión contemplativa de nuestra vida dominicana.

La vida de toda dominica queda envuelta totalmente por la oración litúrgica, en ella se realiza en el presente el misterio de salvación, sobre todo en la Eucaristía en la que “Cristo es comido, se renueva la memoria de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la vida futura”. “A través de la liturgia las monjas, juntamente con Cristo, glorifican a Dios por el eterno designio de su voluntad, y por la admirable disposición de su gracia interceden ante el Padre de las misericordias por toda la Iglesia y también por las necesidades y salvación de todo el mundo”. (C.M. 75) La celebración solemne de la Liturgia es, pues, el corazón de nuestra vida, cuya unidad radica principalmente en ella.

En la vida de las monjas dominicas la misa conventual es el centro de la liturgia de la comunidad. Por eso, la vida misma de una dominica es una alabanza día y noche que se alimenta y se vigoriza de un solo Pan y un mismo Cáliz y por esta “ofrenda espiritual” rogamos al Padre haga de nosotros una “ofrenda eterna” para sí.

Dentro de la celebración del Oficio Divino, dándole prioridad a las Laudes y Vísperas, hay también un momento importante para nuestra Orden, es al finalizar el día, cuando toda la comunidad se reúne, nuevamente, para el canto de las Completas. Siempre ha tenido un carácter “especial” en la vida de todo dominico/a este momento. Es una tradición en la Orden que conservamos con delicadeza y devoción. Es el momento de llevar a Dios toda la creación, toda la humanidad, toda la Iglesia que se recoge y reposa en las manos del Padre. Momento también de ponernos a los pies de la Madre de Dios e invocar su protección.Queda así envuelta toda nuestra vida en una única experiencia litúrgica que se convierte en alabanza a Dios-Trinidad.

Trabajo

En la vida contemplativa oración y trabajo van a la par. Así, en el horario de cualquier monasterio nos encontramos con el mismo número de horas que se dedican a estos dos quehaceres, siendo aproximadamente de unas seis horas para la oración y otras tantas para el trabajo, distribuyéndose la oración a lo largo de toda la jornada, desde el amanecer hasta la hora de Completas y el trabajo en jornada de mañana y tarde. Se puede decir que el lema benedictino Ora et Labora se vive en todas las órdenes religiosas.

Hay jornadas agotadoras dentro de un convento, pero siempre llegan las siete de la tarde y allí todo queda parado para la mañana siguiente y es Dios el que ocupa nuestra mente y nuestro corazón. Ya no hay agobios, solo el canto de Vísperas, el rezo del Rosario y la Oración personal. El trabajo nos ha ayudado a lo largo del día para preparar este momento privilegiado de encuentro con el Señor. Así, nuestro trabajo es un trabajo humanizante, redentor, solidario. Nosotros no tenemos una familia en la que gastar los ratos de ocio que deja el trabajo, nuestra familia es mucho más extensa y por lo tanto entra en nuestra relación con Dios. Nuestro trabajo y oración van unidos inseparablemente y forman un todo.