Sor Leonor fue alguien que en un momento de su vida descubre un llamado. Y para descubrir un llamado, hay que tener la experiencia de una presencia. De algún modo “vio” a Jesús y “escuchó” su voz. Frecuentó su Palabra  y experimentó cuán buenas eran las cosas que Él le decía. Gozó de su perdón y de su consuelo. Constató que el llamado le era renovado de modo cotidiano, constituyendo con ella una real alianza.

Ella vivió esa historia en el seno de una comunidad de bautizadas, en un  monasterio, con un género de vida particular. No era franciscana, sino dominica. Por lo tanto, vivió un  “estilo” de vida religiosa, común y diversa a otros estilos de vida religiosa. Y no vivió en el siglo XIV en Europa, sino en la segunda mitad del siglo XIX en Argentina, con los problemas políticos y sociales de esos tiempos.

Hubo muchas cosas que se repitieron en tantas mujeres consagradas a Dios: constatar la misericordia de lo alto; vivir “al día” la Providencia del Padre; encontrar consuelo en la oración y en la Eucaristía.

También sabemos de su humildad extrema; de no querer ocupar los primeros lugares y de no reclamar ni siquiera el lugar que podría reclamar, en justicia. Sufrió y gozó. Luchó, y a veces ganó…a veces perdió.  Sor Leonor no era Dios. Sólo una pequeña creatura. Pero supo, por experiencia viva, lo fuerte que es la debilidad “entregada” para que el Señor  obre allí su poder.

Constatamos algo, tanto en la vida de la Iglesia, como en la vida de sus hijos pequeños. Jamás faltó el don de Dios, en el momento en que ese don era necesitado. (R.P. fray Héctor Muñoz, O.P.).

En sor Leonor 

Sor Leonor también vivió en una época determinada, con hechos que ocurrieron en su vida personal, familiar, social y eclesial que la marcaron profundamente. Y con todo eso, ella hizo un camino de encuentro y seguimiento de su Esposo Jesucristo. Toda su vida fue un búsqueda por responder al llamado de Dios a ser santa. Y esta vocación a la santidad se concretó en ella como monja contemplativa en la Orden de Predicadores.

Sor Leonor, como monja dominica fue una mujer que amó a Dios y le habló de la humanidad, alguien que hizo de su vida un incienso permanente que subió hasta el trono de Dios, elevando el clamor de tantos millones de personas que no pueden o no saben orar.

Como expresaba el Papa Juan Pablo II en su Mensaje a las contemplativas de América Latina, 12 de diciembre 1989. «Es el clamor de tantos hermanos y hermanas sumergidas en el sufrimiento, en la pobreza y en la marginación. Son muchos los desplazados, y los refugiados, las que sufren por falta de amor y esperanza, los que han sucumbido el mal y se cierran a toda luz espritual; los que tienen el corazón lleno de amargura, víctimas de la injusticia y del poder de de los más fuertes… con su oración, penitencia y vida escondida, pueden hacer brotar del Corazón Divino el amor que nos une como hermanos, sosiega las pasiones y crea la comunión de los espíritus produciendo frutos de solidaridad y de caridad evangélica… sus fervientes plegarias tienen una fuerza propiciatoria y reparadora capaz de atraer las bendiciones de Dios sobre esta humanidad sufriente».(Del libro Sor Leonor de Santa María Ocampo – Una flor de Dios en la Argentina. Autora: sor María Nora Díaz Cornejo O.P).