Sor María Nora O.P.
Fue desde su más tierna edad, hija de Santo Domingo Ella -Isora Ocampo- escribe: “había una imagen del Rosario de mi abuelo, estampada en una tabla, con Nuestro Padre Santo Domingo a los pies, pasaba largos tiempos en su presencia, y atraída de sus acostumbradas y tiernas bondades, se deshacía mi corazón en afectuosas y tiernas conversaciones” La mujer que la crió, de nombre Dominga, le animó a un amor filial a Santo Domingo: “Cuando me hacía cariños, me abrazaba y decía: es muy linda mi hija, y es para mi Padre Santo Domingo”. .
Cuando era pequeña, daba limosnas, enseñada por su madre; rasgo que también tuvo Santo Domingo, al querer vender sus libros, que en aquella época eran muy valiosos, para aliviar a los pobres, en donde estudiaba. Ella escribe: “Una vez entré a una casita, y encontré a una difunta, y advertí que no tenía velas ardiendo como era costumbre, y le pregunté a la madre de la difunta porque no le ponía velas y me dijo que no tenía, yo fui corriendo y pedí a mi madre y le lleve velas”.
Llegó a imitarlo en diferentes aspectos. Supo encarnar como monja, la espiritualidad dominicana, ya desde su vida de seglar. Ayunaba, hacía limosnas, rezaba el rosario cada día, oraba, ayunaba, meditaba y contemplaba los misterios divinos e intercedía por todas las personas, especialmente por las mujeres, pues en su época, eran maltratadas y marginadas. Y muchas pobres, morían de necesidad. Imploró para ello a Dios por un Hospital para mujeres, lo que vio realizado al mes siguiente.
La semejanza espiritual con Santo Domingo es notable. Imitó de manera especial su amor compasivo. Se enternecía mucho con los niños, especialmente los enfermos; no podía verlos sufrir. Con lágrimas imploraba a Jesús que librase de sus molestias y ella misma procuraba su alivio corporal y espiritual. Siendo mayor, en San Juan y en el Monasterio, seguirá orando y aliviando las necesidades tanto de muchos carenciados, niños, hombres y mujeres, como de sus hermanas monjas; preparándolos también, para la recepción de los Sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.
Al igual que Santo Domingo, hablaba con Dios en la oración y de Dios a las personas, ya mucho antes de ingresar al monasterio.
En el monasterio, siempre se la veía feliz, hecha una pascua, relata una monja que dio testimonio de ella. Siempre contenta e igual, se notaba que gozaba de una conciencia muy pura, como que siempre se encontraba en gracia de Dios. Como Santo Domingo, de quien testifican en su proceso de canonización que era muy alegre y amable. Se le pueden aplicar estos versículos del Salmo 132: “Ved qué paz y qué alegría convivir los hermanos unidos”.