Monseñor José María Arancibia. Investigador de la Causa de Canonización de sor Leonor de Santa María. Capellán del Monasterio Santa Catalina de Siena.
Se suele pensar que quien es reconocido como “venerable” por su santidad de vida, debió tener una familia ejemplar. Sin embargo sor Leonor, nacida y criada como Isora Ocampo, gozó y sufrió entre los suyos, como todos los mortales. Sus 26 años como joven laica en el mundo fueron para ella un camino de santificación. No por vivir situaciones privilegiadas, sino porque no le faltó la gracia de Dios y ella confió en su providencia.
Sus padres y abuelos eran gente cristiana y honorable, pero nació en un momento en que eran perseguidos. Una criada muy buena la defendió de varios peligros. En su hogar y en su pueblo de Sañogasta despertó a la fe y comenzó a rezar con devoción a Cristo crucificado y a la Virgen María. De su madre aprendió a querer y socorrer a los pobres. Pero con sólo 8 años perdió a su madre y le costó reponerse; su consuelo fue adoptar a la Virgen como madre.
Tuvo 8 hermanos, casi todos mayores, que cuidaron de ella junto con su padre, que poco pudo acompañarla. Como ella cuenta, debió pasar por varios hogares. Primero con una tía en Malligasta; luego en San Miguel, con su hermano Ramón casado con Benjamina. Un hermano le enseñó a leer y otro la castigó por traviesa. Al llegar a la adolescencia extrañó más todavía a su madre. Mientras tanto su padre se volvió casar y tuvo otra hija.
Desde los 13 a 18 años, vivió en La Rioja con su tía Concepción, que la quiso como una madre; aunque la pasó muy mal con sus primas, que la peleaban y se burlaban de su devoción y deseos de soledad. A los 19, se trasladó con su padre a San Juan, donde vivió con su hermana Benjamina casada con Herrera (foto), y después en otra casa con su padre y una hermanita. Fueron años intensos de trabajo y oración. Prestó generosa ayuda a su hermana en aquel hogar y administró la casa de su padre, en tiempos de pobreza. Asistió con amor a pobres y enfermos, dentro y fuera de su familia. Llevó una vida intensa de oración, penitencia y sacramentos, aunque sus familiares pretendían llevarla a fiestas y bailes.
Toda de Dios
Despacio fue descubriendo que Dios la quería toda para Él y maduró su vocación religiosa, ayudada por sus confesores; aunque poca comprensión encontró en los suyos para su vida de piedad. Pero su padre aceptó su decisión de hacerse monja.
Mientras se preparaba para ingresar al Monasterio perdió también a su padre; de sus hermanos no recibió ayuda para reunir el dinero necesario y hasta se opusieron a que pidiera limosna. No obstante, con sagacidad, paz y convicción partió hacia Córdoba y cumplió su deseo de entregarse a Dios. En sus memorias, escritas siendo monja, narra con franqueza sus vivencias familiares. No manifiesta orgullo de su alcurnia; tampoco tiene reproches para nadie; más bien se muestra agradecida con todos y siempre confiada en Dios providente que guió su existencia.
Fotos: Material de Archivo, parte de la Investigación de la Causa de sor Leonor.