Sor Lucrecia de Jesús O.P
La madre es refugio de paciencia, de bondad, de indulgencia; su corazón es la primera cuna que Dios nos regaló y que nos posibilitó la vida y el crecimiento. El heroísmo de la vida de las madres se desenvuelve y transcurre en la más profunda sencillez.
Tan impresa quedó, en la memoria de la venerable sor Leonor, la figura de su madre, que al iniciar el relato de su vida la menciona, precisamente, cuando la dio a luz en la cueva del cerro Famatina: “Me dio a luz mi madre doña Solana Dávila de Ocampo el día 15 de agosto a las tres de la tarde el año 1841(…)”
Relata, además que su nacimiento se dio en medio de peligros:“en esta crítica circunstancia a cada hora creían que mi madre moría, dicen que yo lloraba tanto en el seno de mi madre, que todos los que estaban cerca de ella me oían, y cuando nací fue la admiración de todos que no solo naciese viva, sino sana”. Más adelante unos soldados intentaron quedarse con la niña, arrebatándosela a la criada; enterada Doña Solana, no ahorró diligencias para rescatar a Isora.
Con el pasar de los años, la pequeña Isora bebió del manantial de generosidad que brotaba del corazón de su madre. De ella aprendió a rezar, a dar siempre más y a repartir sus bienes a los necesitados. La despensa y la casa de su madre “estaban abiertas a todos los pobres”.
Es más, sor Leonor, dice que “Dios premió esta caridad de mi madre dándole una preciosísima muerte (...) Falleció con todos los sacramentos, tuvo una muerte preciosa y tranquila; antes de expirar se despidió de sus hijos mayores y los bendijo, dio la mano a mi padre diciéndole: “adiós ya me voy”, cerró sus ojos y quedó como dormida, sin haber tenido agonía ni angustia”. Sor Leonor tenía sólo ocho años, y fue un sufrimiento muy grande ésta pérdida y la ausencia posterior, todo le recordaba a su madre y la hacía derramar abundantes lágrimas.
En medio de este dolor, Isora vivió un encuentro que sanó su corazón. La llevaron a Malligasta y un día entró con su tía en una capilla consagrada a la Purísima Concepción, buscando un poco de consuelo: “toda arrebatada alcé mis manos hacia arriba y después las apreté en mi pecho y dije a la Virgen toda deshecha en lágrimas; “Madre Mía yo no tengo madre, sed vos mi madre”.
Esta experiencia la libró de la soledad y de la orfandad que sentía y encontró en la Virgen a una Madre, en ese trato confiado y lleno de afecto Isora creció y maduró.
Descubrimos en la venerable sor Leonor, las huellas profundas que dejó el ejemplo de su madre; de ella aprendió la compasión, la valentía para superar los obstáculos y la alegría de darse.
El mundo necesita de la mujer maternal, pues es como un pobre niño desvalido sediento de cuidado y de amor. Necesitamos respirar estos sentimientos maternales, ya que son las verdaderas fuerzas que sostienen. Las madres al salir de sí y darse, se hacen fecundas cultivando los verdaderos valores espirituales.
Conoce más sobre Isora y su encuentro con la Virgen en Los Caminos de Sor Leonor.