sor Leonor y la Pascua

El domingo de Ramos del año 1860, estaba llegando la joven Isora Ocampo a San Juan, junto con su padre, porque allí iban a vivir durante algunos años. Ella tenía entonces unos 18 años y había vivido hasta ese momento en La Rioja.

El motivo del traslado era probablemente los intereses laborales y políticos de su padre, don Amaranto Ocampo. En aquella ciudad residía por entonces su hermana Benjamina, con su esposo e hijos.

El viaje en los carruajes de la época era lento y cansador; y los caminos muy peligrosos. Isora describe en sus escritos los grandes temores que le provocó aquella travesía, pero también su completo abandono en Dios y la gratitud hacia Él manifestada, cuando arribaron sanos y salvos a su destino.

Nunca deja de darnos ejemplo de confianza en la providencia que guía nuestra vida de  creyentes.

Años después, siendo monja dominica contemplativa, le pidió a Dios durante una semana Santa que le mostrase Su inmenso amor. Y pasado el Domingo de Resurrección vio con los ojos del alma una gran luz, en la que reconoció la presencia de Jesús Resucitado. Allí mismo se quedó conmovida en el coro de la iglesia, por espacio de una hora, en diálogo intenso y dichoso con el Señor vivo y presente; aunque sintiéndose indigna de esta intimidad que Él le concedía.

Escribe sor Leonor de Santa María: “y me quedé allí en los más dulces coloquios y tan entretenida con mi Jesús, tan gratas y afectuosas lágrimas derramaba, de amor a él…”. Este fue uno de tantos momentos de singular encuentro de comunión con Dios, de los que ella relata en su escrito.

De este modo, nos edifican a todos porque aun sin recibir favores singulares, necesitamos quedarnos a menudo a solas con Jesús vivo y presente, gozando de la amistad que nos ofrece.

 

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