Por Monseñor José María Arancibia.
Sor Leonor de Santa María Ocampo (1841-1900), monja dominica, ha sido declarada Venerable por la Iglesia, en razón de sus heroicas virtudes. Entre esas valiosas cualidades se destacan su amor y dedicación a pobres y enfermos, que nacían de un corazón agradecido a los dones de Dios y en constante comunión contemplativa con Él.
Ella misma cuenta que sentía especial predilección por los niños necesitados, pero en verdad personas de toda índole fueron objeto de su atención tierna y compasiva; entre ellos varios ancianos.
En su escrito recuerda que, siendo laica en San Juan asistió a una viejita que sufría fuertes dolores de cabeza, quien le pedía que hiciera una promesa para sanarse. Isora, como se llamaba entonces sor Leonor, le aplicó unos remedios caseros, y sobre todo la ayudó a recibir los sacramentos, porque “no sabía hacer más promesa que la de componer el alma con una buena confesión” (p. 67). La anciana quedó sana y contenta, y la joven daba gracias a Dios y a su madre Santa Catalina.
Por el mismo tiempo, conoció a una mujer pobre y abandonada, que “se envejeció en mala vida” (p. 71). A ésta la acompañó con paciencia y compasión, y la preparó despacio para hacer una buena confesión; luego le ofreció ropa decente y la acompaño a la iglesia, donde junto con ella comulgó, estando la anciana deshecha en lágrimas y muy agradecida.
Del último tiempo en San Juan, escribe: “fue una señora vieja a visitarme, y me llevó de regalo una disciplina”, como ella le había pedido a Dios (p. 82). Y en la colecta que tuvo que hacer para conseguir el dinero de la dote, recibió cien pesos de un viejito portugués, contento de saber que había gente que quería consagrarse a Dios (p. 101).
Siendo luego monja en Santa Catalina (Córdoba), tuvo varias veces por oficio la atención de las religiosas ancianas y enfermas. Entre las muchas que debió asistir, recuerda a una religiosa anciana, piadosa y obediente, que al final se trastornó de escrúpulos, aunque era muy pacífica (p. 109). No le fue nada fácil atenderla, y cuando se puso peor, sor Leonor la acompañaba y cuidaba en todo momento. Con mucho afecto y oración, se logró a última hora que volviera a su razón, de manera que alcanzó a confesarse con serenidad y recibir los sacramentos.
En la Jornada mundial de abuelos y mayores, será muy bueno que, a ejemplo de sor Leonor, sepamos apreciar y agradecer cuanto de ellos hemos recibido y aún recibimos; como también ofrecerles el cariño, la compañía y el cuidado de su salud, sin olvidar la auxilio espiritual que siempre necesitan.